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ALIMENTOS PUBLICOS.  Árboles Frutales. Huertas Públicas.

Pareciera que el ser humano moderno ha perdido por completo el contacto con la naturaleza.  Esa naturaleza que tan generosamente ofrece alimento y plantas medicinales sin pedir nada a cambio.  Uno ve como crecen como hongos nuevas villas de emergencia, pero no prevén un espacio de huerta para que sus habitantes puedan proveerse gratuitamente de alimentos de fácil cosecha (zapallos, papas, batatas, remolachas, tomates, lechugas, etc.).  Nuestros abuelos, huyendo de las guerras fratricidas de Europa, lo primero que hacían era armar un gallinero para contar con nutritivos huevos y pollos, y sembraban todo lo que podían para su auto sustento, contaban con árboles frutales de todo tipo.  Casi que alimentarse estaba garantizado y gratuitamente.  Así crecí yo en mi casa paterna.  La carne y la leche se compraba afuera.

Hoy vemos calles arboladas con especies que solo ensucian y generan alergias, en lugar de frutales que alimenten con solo levantar la mano y tomar una fruta.  Nogales y almendros, así como arboles de paltas que dan sus frutos más de una vez al año, todos super nutritivos.  Plazas públicas que no tienen un espacio de huerta ni entrenadores que le enseñen a la gente como cultivar, cuidar y cosechar.  Todo se compra, todo depende del comercio del pueblo, del negocio montado sobre la alimentación.

No tengo nada contra de los negocios de todo tipo, por el contrario, pero cuando de la vida y la salud de la población se trata, no acepto, no admito que haya exclusividad privada de los recursos que el Creador ha provisto sin costo.  El que quiera que compre en el super, pero el que no pueda que recoja de su huerta, o de la huerta de la plaza pública, o de los hermosos frutales de la calle.  Pero que haya gente que pasa hambre y depende de comedores populares, mientras la tierra yace ahí sin ser explotada, es inaceptable.

El que haya estado en Japón habrá visto la tierra sembrada hasta el borde mismo de las vías del tren.  A nadie con miles de años de cultura y habiendo pasado por las hambrunas de la guerra, se le ocurriría desperdiciar el alimento que crece solo, ahí afuera.

 

Ni que hablar de la vestimenta.  Ya nadie aprende el arte de la costura, que por monedas transforma telas nuevas o en desuso en hermosas prendas.  Parece que todo debe comprarse a precios exorbitantes en el shopping.  Están buenísimos los shoppings, para quienes disponen de recursos suficientes, pero para esa mitad de población que las estadísticas dicen que viven bajo el nivel de pobreza, los shoppings y los locales de ropa son inalcanzables.  Yo me crie así.  Mis tías venían a casa por varios meses y cocían ropa junto a mi madre para toda la familia.  No paraban de charlar e intercambiar ideas para nuevos diseños, mate y tortitas.  La pasaban re bien.  Mi padre traía lindas piezas de tela, que compraba a buen precio cada vez que tenía la oportunidad.  Y todos éramos felices.  Yo no pude comprarme un jean de marca hasta bien entrada mi adolescencia, la verdad que me hacía sentir mal por “no pertenecer”, pero no fue tan terrible.  Hoy me los puedo comprar y uso siempre el mismo.  Me habrá quedado ese registro de escasez, de que la comida no se tira, de que todo lo que se puede arreglar se arregla.

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